Será que me estoy volviendo chocha, pero cada vez me parece más mágico que lo que he disfrutado esta misma tarde, a tropecientos kilómetros de España, algo más de 10 horas de avión, podáis verlo vosotros sobre la marcha.
No hay mucho que contar, las fotos lo dicen todo. En un rincón de la Marina Mall, el centro comercial más importante de Abu Dhabi, hay una chocolatería llamada Patchi. Es una cadena libanesa de chocolaterías artesanales. No es chocolate, es arte y lujo, para un público exquisito.
Compramos una caja de bombones surtidos, para regalar a la madre de un amigo de mi hijo Javier. Es la que consigue que yo me pueda venir tranquila a ver a mi marido, porque se encarga de traer y llevar a mi hijo al cole. Un milagro que merece todos los bombones del mundo.
Empezó la ceremonia del empaquetado. Cuando recogí el paquete, ya no eran bombones, era el tesoro del tío Gilito. Mientras el hombre ponía cajas, lazos y bolsas de papel regio, yo fantaseaba con la escena de Love Actually, esa en la que el hombre está comprando un regalo para su amante, y el dependiente se eterniza con el empaquetado mientras él pasa las de Caín porque su mujer anda rondando por ahí.






¿Impresionante verdad? El chocolate está muy bueno, aunque me quedo con el suizo. Muy sofisticado, de sabores muy intensos y algo especiado, con toque oriental.
Por cierto pude sacar las fotos porque el dependiente, muy estirado al principio, acabó charlando con mi marido sobre la funda de su móvil. Mientras la Rana le daba conversación, me armé de valor y saqué fotos de la tienda para vosotros.