miércoles, 25 de julio de 2012

El hombre al que le gustaban las chocolatinas (1ª Parte)

Después de varios siglos sin aportar nada a nuestro blog colectivo más chocolatero, y de un tiempo de letargo en general, no podía dejar de compartir este viaje aquí.

En mi último viaje a Inglaterra no tenía un gran objetivo en mente, pero en cierto modo, una parte de este viaje terminó convirtiéndose en una especie de "bloque" temático que resultó interesantísimo y un poquito sentimental.

Hará poco más de un año que supe de la existencia de un museo dedicado a Roald Dahl en un pueblo llamado Great Missenden, a unos 60 km al noroeste de Londres. Decidí que a la tercera iba la vencida, así que hice mis investigaciones pertinentes para preparar la excursión, y una mañana me levanté temprano para tomar el tren de Aylesbury, que era el que hacía parada allí, entre otras localidades de la comarca de Buckinghamshire.


Pero a todo esto, por si algún despistado no cae en quién es Roald Dahl, quizás le sean más familiares algunas de sus obras, como "Charlie y la fábrica de chocolate", "Las brujas", "Matilda", "James y el melocotón gigante", etc. Sí, podríamos considerarlo el "padre" de este blog y la inspiración para su nombre.

Aquél no es un destino precisamente muy turístico, y en un día laborable del mes de enero sólo me encontré con gente que iba a trabajar a otra parte en un vagón silencioso y medio vacío (y con WiFi, oh yes). Me preguntaba si alguien más se apearía en la misma parada que yo, en una localidad tan... vacía. Entendedme, Roald Dahl está considerado uno de los autores infantiles más importantes de la literatura universal, y cuatro de sus obras tienen el honor de estar incluídas entre las cien novelas de todos los tiempos (no sólo infantiles) más queridas por los británicos, sin embargo su museo es muy pequeñito y modesto, no del tipo que acumula grandes colas en su entrada. Así pues, la otra única persona que se bajó en la coqueta estación de Great Missenden resultó ser la informática encargada de revisar los dispositivos audiovisuales del museo.


Yo ya sabía perfectamente por donde tenía que ir gracias a Google Street View, aunque no era precisamente difícil orientarse por allí. Los poco menos de diez mil habitantes allí censados se distribuyen básicamente entre la High Street, la Church Street, y numerosas casas y granjas cada vez más desperdigadas, pero lo que es pueblo pueblo, poco pueblo. Recuerda a una de esas localidades descritas en las novelas de Agatha Christie, donde todos parecen conocerse y no crees posible que alguien pueda tener prisa. Sin nada especial, pero bonito como estos sitios suelen ser, con algunos paisajes interesantes rodeados de campiña, colinas y bosques. Sin embargo no es un lugar tan anodino como parece, y como curiosidad, resulta que allí vivió temporalmente Robert Louis Stevenson, y el músico Jamie Cullum, casado con Sophie Dahl, nieta del escritor (ahí la pareja, con un par), también tiene una propiedad en el pueblo. Además, allí se rodaron una serie de películas terror para televisión de la Hammer en los años 80.



Volviendo al museo, era imposible no encontrarlo con una fachada así (he tenido que tirar de Google para la foto de la fachada porque había una furgoneta aparcada justo delante, ¡¡¡ar!"$f%g&*!!!).


Al entrar en esta antigua cochera, nos recibe este banco-cocodrilo y un cartel que, tal y como podeis leer ampliando la foto, dice que todos los fans del señor Dahl somos bienvenidos, tanto si hemos leído todos sus libros como unas pocas líneas, si somos jóvenes de edad o de corazón, o si hemos viajado desde lejos o muy cerca, y que nos recuerda cuál es el espíritu de su legado. Yo cumplo, cumplo con los requisitos: he leído muchos de sus libros, soy joven de cough edad cough corazón e iba desde bastante lejos.


El Roald Dahl Museum and Story Center tiene dos funciones principales. En primer lugar comenzó a funcionar de centro de historias interactivo y de archivo oficial, que recoge toda su obra. No sólo sus novelas más conocidas, sino también sus guiones, artículos y relatos para adultos, además de cartas profesionales y personales, manuscritos varios y otros documentos, y sobre todo su "libro de ideas". El escritor galés tenía una imaginación de lo más desbordante, y constantemente estaba imaginando e inventando ideas fantásticas, y reflexionando y filosofando sobre hechos de lo más cotidianos con su particular punto de vista de niño inquieto y travieso. Todos esos pensamientos dispersos eran recogidos en su "libro de ideas" que siempre le acompañaba, y que en algún momento podían ser utilizados en sus historias.
Posteriormente comenzó a funcionar como museo propiamente dicho. Uno bastante pequeñito, todo hay que decirlo. La zona de exposición se divide en dos salas que corresponden respectivamente a las etapas de su niñez y su vida adulta, y denominadas "Boy" y "Solo", al igual que sus dos libros de memorias. El primer nombre referido a la forma en la que solían llamarle en casa de niño, y la segunda a sus solitarias horas pilotando aviones en su juventud.

La entrada a la sala "Boy" es de lo más sugerente y chocolatera. Casi te dan ganas de meterle un lametón a la puerta. Conociéndome, algunos se imaginarán que me hubiera encantado sacarme una foto de esa guisa, pero lamentablemente estaba haciendo la visita en solitario (pero tan en solitario que no vi a ningún otro visitante), y me daba nosequé pedirle a la informática que me sacara una foto chupando una puerta...


La relación de Roald con el chocolate no se reduce simplemente a ser el creador de la imaginaria fábrica del señor Wonka, y escribir ese libro no fue una idea fortuita. Roald era un amante del chocolate. Sí, bueno, sé que no es un caso aislado, y ya sabéis lo que dicen: "A 9 de cada 10 personas le gusta el chocolate. La otra persona miente". Sin embargo a él realmente le apasionaba, y además fue un niño afortunado en términos 'chocolateriles'. Como muchos otros de aquella época, pasó algunos años en un internado. Por entonces, resultaba que no tenían la fábrica de chocolates Cadbury demasiado lejos, y la empresa utilizaba a los niños de aquel centro como catadores de excepción, con muestras y cuestionarios. Me puedo imaginar cómo serían recibidos por los alumnos los lotes de productos en una época en la que, a diferencia de hoy día, los niños no estaban hartos de todo lo que les daba la gana. Roald soñaba y soñaba, y dejaba correr su mente imaginando que un día inventaría una nueva y maravillosa chocolatina con la que dejaría al señor Cadbury boquiabierto. Aquella idea persistió, como comprenderéis todos los que conocéis la historia de Charlie y el señor Wonka, que se publicó casi 40 años más tarde.

Volviendo a la sala "Boy", allí podemos encontrar huellas de una infancia y juventud, las de un estudiante aplicado, hijo amantísimo y travieso incorregible con un sentido del humor de lo más audaz, que definitivamente dejaron una impronta en sus historias para niños, llenas de valores pero carentes de moralinas, muy alejadas de la corrección política y caracterizadas por ese humor, a veces muy negro. Releyendo algunas y descubriendo otras de esas historias ya de adulta, me hacen reír unos personajes maravillosos que piensan como todos lo hemos hecho alguna vez, pero que dudo que pasaran por la censura de la corrección política de nuestros tiempos. Y qué queréis que os diga, me encanta que se hayan librado de tanta estupidez reinante hoy día.




Además de sus boletines de calificaciones, se pueden leer las cartas que escribía semanalmente a su madre en sus años escolares, primero firmadas como "Boy" y más tarde como "Roald", plagadas de anécdotas, e incluso en un rincón te encuentras una vieja maleta con su uniforme de la Repton School, para que cualquier niño que tenga curiosidad sepa lo que es sentirse un poco como un escolar de la época.


La otra sala, "Solo", comprende su edad adulta. Estando destinado en la RAF en África y el Mediterraneo, no le tocó vivir la crudeza del frente, pero no por eso su experiencia fue menos dura y menos cercana a la muerte. Sus años como piloto durante la Segunda Guerra Mundial fueron un completo desastre, y algunas de sus vivencias y puntos de vista del conflicto que le tocó vivir son descacharrantes. Merece la pena leer un relato como éste, veraz y terrible en su fondo, pero totalmente desmitificador, despolitizado y desdramatizado en su forma, aunque para nada trivializa algo tan serio como la guerra, sino que muy al contrario, la humaniza. Es ésta una sala llena de sorpresas, alguna de las cuales me hizo echar una carcajada. Además podemos ver cómo era el interior de uno de los aviones que tuvo que pilotar, en los que se sentaba literalmente encajado con las rodillas a la altura del pecho debido a su gran estatura (medía casi dos metros). Precisamente también podemos hacernos una foto junto a su imagen en tamaño real comparada con la altura de decenas de personajes reales o de ficción, como los Oompa-Loompas.



En otro rincón encontramos más 'sorpresitas' que rememoran su etapa de escritor de relatos cortos para adultos, principalmente de suspense o terror, una faceta menos conocida hoy en día. Sin embargo algunos de esos relatos han sido adaptados en numerosas ocasiones, desde varios episodios célebres de la serie "Alfred Hitchcock presenta" hasta el segmento dirigido por Tarantino en la película "Four Rooms". En la misma línea que el suspense de "Alfred Hitchcock presenta", se emitió en Reino Unido la longeva serie "Tales of the unexpected", cuyos 112 episodios se basan en su mayoría en relatos de Dahl. Y aparte de las adaptaciones de sus relatos cortos y de la larguísima lista de pelis basadas en sus novelas infantiles, su relación con la pantalla también incluyó guiones como el de la quinta peli de Bond, "Sólo se vive dos veces",  o "Chitty Chitty Bang Bang". Entre otros recuerdos cinematográficos también podemos ver de cerca el traje de Willy Wonka que lució Johnny Depp para la película. Gracias a eso comprobé que el bastón de colores que llevaba, en realidad era transparente y estaba lleno de bolitas de caramelo.

En un museo dedicado a la obra de Roald Dahl no podía faltar un pequeño rincón dedicado a su buen amigo y mayor colaborador, el ilustrador Quentin Blake. Quien ha leído las novelas de Dahl,  es imposible que no identifique a sus personajes con los maravillosos dibujos de Blake, y el escritor consideraba que era la persona que mejor entendía sus ideas a la hora de plasmarla en imágenes. La comunicación era perfecta, como pueden atestiguar algunas de las cartas entre ambos que allí se exponen. Hablar de Quentin Blake es hablar de alquien a quien admiro muchísimo desde que era pequeña. Tengo un par de reproducciones suyas enmarcadas por mi casa y varias figuritas. Que me fascina su obra es quedarme corta y os aseguro que si me regalaran un Goya no me haría tanta ilusión como que me regalaran un Blake. Me haría mucho más rica, eso sí, mmm..., con lo cual podría comprarme muchos Blakes.... Tendré que pensarlo. En fin, que al señor Quentin Blake tengo pendiente dedicarle un post desde hace años, pero mientras tanto me encantaría que su espacio dentro de este museo fuera un poco más amplio, la verdad. Algún día espero que le dediquen un buen museo que le haga justicia, aunque también espero que el buen hombre siga viviendo algunos años más, que tiene 80 años, pero no pretendo meterle ya en la caja de pino.


Y por último, la parte que me resultó más especial de todas: el cobertizo donde escribió todas sus novelas infantiles. No es una reproducción exacta de su exterior, sino más bien una figuración de cómo era, con su puerta amarilla y sus rosales.



No obstante su interior sí está dispuesto tal cual era. No es que lo hayan decorado igual, sino que allí están todos y cada uno de los cacharros y muebles que formaban parte de su pequeño nido y que la hacían un lugar totalmente personal y único. Las fotos de su familia, los dibujos de sus hijos, su viejísimo butacón (que hace competencia con el del padre de Fraser Crane), su tablero de escritura y sus lápices afilados (jamás usó máquina de escribir). Y en la mesa contigua, sus objetos especiales, como la cabeza de su fémur (cuando el cirujano la sustituyó por una prótesis le aseguró que era la más grande que había visto jamás, y se la dió de recuerdo), una réplica de uno de los aviones que pilotó (hecha por un niño australiano admirador de sus libros) o su bola plateada.



Si ampliáis la foto se puede ver la bola plateada. Observad su tamaño y su aspecto en la foto ampliada. ¿Qué pensáis que es?


Pues es nada menos que el resultado de unir y comprimir día tras día el papel metálico que envolvía a las chocolatinas Cadbury de los años 30. Su primer empleo tras terminar sus estudios, con apenas veinte años, fue en las oficinas de la compañia Shell. Cada día a la hora del almuerzo iba a comer al mismo lugar y después se relajaba dando un paseo de vuelta a la oficina disfrutando de una chocolatina Dairy Milk de Cadbury. Le volvían loco, y era una rutina que no perdonaba jamás. Durante todo un año guardó y unió esos envoltorios plateados hasta formar la bola que véis, que pesa nada menos que 307 gramos. Y es que los envoltorios no eran como los de ahora desde luego.


En fin, nada que nos extrañe de un hombre que escribió en los últimos años de su vida algo como esto:
"No importa lo que sucedió en 1066 con Guillermo el Conquistador... Esas cosas no van a afectar a la vida de uno. Pero la aparición de las barritas Mars en 1932 y los Maltesers en 1936, y el Kit Kat en 1937... deberían grabarse a fuego en la memoria de cada niño...".
- Roald Dahl, 'Memories with Food at Gipsy House'.

viernes, 6 de julio de 2012

Genesis en Cacao FM



En esta vieja canción de Genesis -que por cierto es mi favorita y la de muchos fans de esta mítica banda- se menciona una cosa llamada ‘chocolate surprise’. Siempre me he preguntado a qué llaman estos ingleses una “sorpresa de chocolate”. Busqué imágenes en Google, y ya os digo que no es un huevo de chocolate con sorpresa dentro.

Alguien sabe qué es una ‘chocolate surprise’, o tiene una idea de lo que puede ser? A ver quién da la explicación más ingeniosa, así nos divertiremos. ;)